La pandémica travesía del desierto nos vislumbra
un futuro más que incierto para la vida en el planeta taurómaco.
Novilleros sin oportunidades, toreros descatalogados de los escasos festejos,
ganaderías desembarcando en los mataderos, aficionados tirando de lecturas, vídeos,
sin tocar la piedra, público y jóvenes desenganchándose de esta adicta afición.
Poco podemos esperar de políticastros de tres al
cuarto acomplejados por los de enfrente, ni de figuras de relumbrón que se
esconde como conejos, que sólo asoman cuando escampa, con sus medios voceros
tapándoles sus miserias, en tendaderos sometiendo a la becerrita
somatizada, ni de ganaderos
sistematizados vendiendo toros con bolitas al mejor postor. Por no hablar del
troust empresarial (ahora los podéis encontrar en twitter) más preocupados en
cortar la cabeza al que se mueve en la foto, que de promocionar el futuro, ni
cuanto menos el presente.
Si el peregrinar de aficionado inconformista era
constante antes del marzo pasado, no sabemos donde iremos a parar después de
poder vencer a un virus que ha hecho patente aún más las mentiras y las
miserias de esta sociedad, por ende y con más ahinco del sistema taurófago.
Puede que la emigración taurina sea cuasi necesaria,
impenitente marcha buscando hierros y toreros fuera del circuito, verdadera
contracultura de la tauromaquia, esa necesidad constante de buscar emoción
y verdad, sin trucos ni ambajes, o lo
menos posibles.
Hace un lustro Marco, turinés de nacimiento,
aficionado universal e ilustrado al que muchos del pin y la pulserita deberían
escuchar, en un paseo taurino por Madrid me comento
la existencia de una ficción novelada de Javier Villán donde narra corridas
clandestinas celebradas al amanecer desafiando una prohibición. Por diferentes
vias llegan voces sobre festejos sin luces y tentaderos celebrados con la
colaboración altruista de aficionados. No hace tampoco mucho tiempo Juan,
aficionado madrileño, en una cálida noche ceretana contaba su idea de poder organizar
festejos montados por aficionados en una plaza con buen aforo dotada de buenas
comunicaciones. En otra ocasión, un ganadero de encaste minoritario (Daniels
dixit) nos contaba como quemaba sus erales a puerta cerrada para disfrute
personal ante la imposibilidad de vender sus bureles con cinco
hierbas.
Ideas, planes, salidas de aficionados, gente del toro
que no traga con un sistema saturnal que todo lo devora, no tolera
un entramado mafioso que estrangula a todo aquel que quiere romper su encapsulado
monopolio, con sus propias ganaderías, sus toreros jornaleros y sus cosos
repartidos convenientemente en unos pliegos cartesianos que les favorecen por
mucho que los critiquen (si no díganme en qué ámbito empresarial hay bofetadas
por adquirir unos negocios que luego catalogan de ruinoso).
Que se están creando dos circuitos diferentes en el
planeta taurino hace tiempo que es un hecho. El de las ferias con público de
aluvión, toreros mediáticos, ganaderías toreables, figuras enquilosadas e
inamovibles, frente al de las ferias mal llamadas toristas con todo sus
prejuicios peyorativos y etiquetas que le quieran poner el taurinismo rapante
con la inestimable ayuda de los medios de (des)información taurina, de los
voceros que ya no se venden por un plato de lentejas (acto hasta cierto punto
comprensible pues la vida está muy cara y el estómago pasa cuentas todos los
días) si no por unos gins, pase de callejón y meriendas psicodélicas.
Por otro lado el animalismo o antitaurinismo enfrentada
toda la vida desde que existe la Tauromaquia, es decir desde que un hombre
prehistórico se plantó delante de un cornúpeta antecesor, cuenta en el presente
con el apoyo del lobby mascotero y de la
política buenista y bienpensante que aprovechan la sensiblera sociedad del s.
XXI con su visión urbanita y desnaturalizada de la naturaleza, para arremeter
contra todo lo que pueda oler a los valores propios e intrísecos de la
Tauromaquia.
Ante todo esta realidad, aumentada por la pandemia y
sus circunstancias, ¿estaremos lenta pero inexorablemente abocados a festejos
montados por aficionados acuciados por el panorama de las grandes ferias y el
hostigamiento de un lobby antitaurino cada vez más afianzado, con más
partidarios y más simpatizantes? ¿Puede ser el principio del fin o de ésta
saldremos más fuertes? ¿Debemos movernos
los aficionados o seguimos viéndolas venir?
El aficionado díscolo
Nota: Acepto respuestas. Es más, me gustaría que las hubiera.